top of page

El cansancio como síntoma social y personal

Cuando ser productiva se vuelve una forma de huir


Hay un tipo de cansancio que no se cura durmiendo. Un agotamiento que se instala en el cuerpo y en el alma, que empaña los pensamientos y apaga el deseo. No siempre viene de hacer demasiado, sino de estar demasiado tiempo alejada de una misma. Hoy en día, muchas mujeres viven bajo la presión de tener que poder con todo: ser buenas profesionales, madres, parejas, hijas, amigas. Y en ese intento constante por cumplir, por rendir, por avanzar… algo profundo se va perdiendo: la conexión con lo interno, con el deseo genuino, con el placer de simplemente ser.


Byung-Chul Han, filósofo surcoreano, lo explica con una claridad que incomoda. Ya no vivimos en una sociedad que impone desde fuera, sino en una que exige desde dentro. Ya no hay un amo externo, sino una voz interior que susurra: “Podrías hacer más. Podrías ser mejor. Podrías aprovechar el tiempo.” Y así, nos convertimos en nuestras propias explotadoras. Auto explotación disfrazada de libertad, rendimiento disfrazado de realización. Como él mismo dice: “El sujeto de rendimiento se auto explota y cree que se está realizando.”


La trampa es tan sofisticada que parece virtud. La productividad ha colonizado todos los rincones de la vida cotidiana. Meditamos para ser más eficientes, hacemos yoga para reducir el estrés y descansamos para rendir mejor. Ya no se trata de vivir, sino de optimizar. Ya no se trata de sentir, sino de funcionar. Lo que antes era autocuidado se convierte ahora en una tarea más de la lista interminable del “debería”.


Y el cuerpo, que no puede sostener eternamente ese ritmo, acaba hablando. Aparece el insomnio, la ansiedad, la niebla mental, la fatiga sin explicación. El cuerpo empieza a expresar lo que la mente no se atreve a decir: así, no puedo más. Muchas veces, detrás de esa hiperactividad constante se esconde algo más profundo que el deseo de avanzar: el miedo. Miedo a no valer si no haces. Miedo a no ser vista si no produces. Miedo a parar y encontrarte con lo que has estado evitando.


Desde lo terapéutico, abrir un espacio para cuestionar esta forma de vivir se convierte en una necesidad. ¿Quién te enseñó que tenías que valer por lo que haces? ¿A qué modelo estás intentando responder? ¿Qué sentirías si por fin dejaras de hacer tanto? Muchas veces, hacer en exceso no es ambición, es una forma de huida: de una misma, de los vacíos, del dolor acumulado.


Parar puede ser aterrador. Cuando dejamos de correr, el ruido de dentro se amplifica. Emergen voces internas que llevamos años silenciando: “no soy suficiente”, “no estoy haciendo nada útil”, “debería estar haciendo más”. Pero esas voces no son verdad, son heridas. Y esas heridas no se sanan ignorándolas, sino sosteniéndolas. Aprendiendo a estar con lo que duele, sin salir corriendo. Volver al silencio no como castigo, sino como un terreno fértil donde algo nuevo puede nacer.


Descansar, en esta sociedad, es un acto revolucionario. Decir “hoy no produzco nada, solo existo” es recuperar un poder perdido: el de simplemente ser. Porque no somos valiosas por lo que logramos, sino por lo que somos, aunque estemos en pausa, aunque estemos calladas, aunque no haya nada que mostrar. Y el verdadero descanso, ese que repara de verdad, solo llega cuando soltamos la culpa. Cuando dejamos de justificar por qué merecemos parar, y empezamos a hacerlo simplemente porque lo necesitamos o nos apetece.


Muchas veces, esa necesidad de hacer sin parar no nace de una elección libre, sino de una memoria emocional profunda. Quizás fuiste premiada por ser responsable. Quizás solo te sentiste vista cuando lo hacías todo bien. Quizás aprendiste que el amor se gana demostrando lo que vales. Y ahora, sin darte cuenta, sigues atrapada en esa lógica: hacer para merecer. Rendir para pertenecer. En terapia, dar espacio a esta conciencia no es culpar al pasado, sino liberarse de él. Reescribir la historia interna, permitiéndote ser querida sin tener que sujetarlo todo.


Quizás no estás agotada porque haces demasiado, sino porque llevas demasiado tiempo lejos de ti. La buena noticia es que siempre se puede volver. Volver al cuerpo. Volver al deseo. Volver al centro. Y a veces, lo único que necesitas para empezar es un espacio seguro donde puedas escucharte sin exigencias, suave y con ternura.



 
 
bottom of page